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«La cultura asturiana. Introducción a l’antropoloxía d’Asturies», de Roberto González-Quevedo abril 19, 2011

Posted by joseangelgayol in Uncategorized.
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Hace algún tiempo aprendí que de los autores no se habla ni bien ni mal, ni en serio ni en broma. La lección fue dolorosa para mi porque perdí un par de amigos (quizás ya los había perdido antes sin que ello mengüe mi lamento). Por ello, y aunque en aquel momento fuera en broma y utilizara un conocido recurso estilístico para captar la atención del lector, decidí desde entonces ceñirme a hablar de los libros, y solo de ellos, en diferentes medios, con elogios o reprobaciones según mi leal saber y entender, sobre autores nuevos o consagrados (a ver si ahora resulta que solo son feos los desconocidos). La siguiente reseña fue «censurada» por mí en su publicación original para que pudiera entrar en los límites que un breve suplemento cultural exige, y aún superé las habituales extensiones, cosa que agradezco a los responsables del medio de comunicación. No obstante, y vistos los ataques personales recibidos (y que chocan con lo que aprendí en su momento, y que parece que hay personas que no han aprendido esa lección), he optado por publicar aquí la versión íntegra que escribí en un principio por ver si queda clara mi postura sobre el libro, que no sobre el autor.

Tengo derecho a criticar, faltaría más. No tengo derecho a mentir ni falsear. Y en caso de equivocación, lo reconocería. Pero si creo en lo que afirmo, y la realidad demuestra  que no difamo, no tengo por qué disculparme. Ayer envié una Carta al Director de La Nueva España que saldrá publicada muy pronto. Con ella, y con la versión original de mi reseña, dejo zanjada cualquier respuesta o aclaración pública por mi parte. Si el autor quiere que charlemos, tampoco tendré inconveniente en aclarar lo que tenga a bien. No le conozco (más allá de cuatro palabras hace mucho) y no tengo nada contra él. Pero si un libro me parece bueno, lo digo; y si parece malo, también. El que no quiera salir en la foto, que no se ponga delante de la cámara.

SOBRE UNA ANTROPOLOGÍA DE ASTURIAS

Una obra sobre la cultura asturiana como realidad antropológica, con todas las implicaciones teóricas y metodológicas que ello supone, es una buena noticia por lo que tiene de necesario. El conocimiento científico sirve para entender el mundo que nos rodea en todas las facetas posibles: política, económica, física, psicológica, histórica… y, por supuesto, cultural. En el caso de la cultura asturiana, la publicación de obras como la de Roberto González – Quevedo sirve para comprendernos y que nos comprendan. El papel de la antropología está poco desarrollado y peor conocido en España en general, sin necesidad de circunscribirlo a un ámbito geográfico concreto. El desconocimiento de la gente de la calle acerca de lo que es la antropología y para lo que sirve es manifiestamente inquietante. Por tanto, cuando surgen obras como La cultura asturiana. Introducción a la antropoloxía de Asturias hay que leerlas con atención y espíritu crítico, para construir así un espacio serio de desarrollo científico. Además, este libro se publica poco después de otro que también anhela abarcar un estudio totalizador de la cultura asturiana: Antropología de Asturias, de Adolfo García Martínez (KRK, Oviedo, 2008), en este caso en castellano.

En las dos obras se da a Asturias una unidad geográfica de referencia, que coincidiría con los límites políticos sin que, en el segundo caso, ello suponga ninguna trascendencia más que la de fijar un ámbito de estudio. En el caso de Roberto González – Quevedo sí existe una vocación de definir términos que se van utilizar: cultura y asturiana, y sobre ello volveremos. Así, el libro de “La cultura asturiana…” empieza, con acierto, dicho sea de paso, con algunos capítulos sobre el concepto de cultura y las teorías históricas de estudio cultural, desde el evolucionismo de Morgan hasta la ecología cultural de Steward, pasando por Boas, Malinowski, Levi-Strauss y otros, y dejando fuera el materialismo histórico de Marvin Harris (importantísimo tanto a nivel científico como divulgativo), y recogiendo a Fernández McClintock, no se sabe muy bien por qué vistos los nombres citados. Con todo, estos primeros capítulos son una perfecta introducción a la antropología general, con un sentido divulgativo muy bueno, y que podía ser de lectura obligatoria en una hipotética asignatura de antropología asturiana.

Las sorpresas comienzan al continuar la lectura de “La cultura asturiana…”, que resulta ser una traducción de otra obra del mismo autor. Es verdad que ahora aparecen estos capítulos iniciales, como si González – Quevedo había pretendido darle una unidad teórica a la obra. Este acercamiento al concepto de cultura supone un avance respecto del libro anterior, que se había titulado del mismo modo que el que se publica ahora, aunque con el idioma y las frases cambiadas (Antropología cultural y social de Asturias. Introducción a la cultura asturiana, Madú, Siero, 2003). Citar esta obra es adecuado en la medida en que el autor seguirá lo dicho entonces para repetirlo ahora. En cambio, tras un principio prometedor, decía, empiezan las decepciones. Apenas treinta páginas y el libro empieza a desfondarse. El hecho de que se trate de una traducción, en algunas páginas literal, hace desmerecer mucho al esfuerzo del autor del Sil. Es muy fácil tener obras escritas y bibliografía publicada si lo que se hace son refritos de obras anteriores propias. Quizás no es el único que comete el “delito”. Pero que el mal se haya extendido no mengua la calidad del daño, y ello porque si queremos hacer una disciplina rigurosa cada obra tiene que ser original y única, aportar cosas, mostrar y demostrar… Esta reflexividad bibliográfica tiene consecuencias peores sobre las que volveré más adelante. Ahora hay que seguir…

Después de estos capítulos introductorios, el autor se plantea si existe una cultura asturiana. Toma argumentos de Valdés del Toro y haciendo una deconstrucción filosófica que muestra la formación académica de Roberto González-Quevedo (es licenciado en Filosofía), con inteligencia y buen sentido crítico, va destruyendo argumentos en contra de la posibilidad de una cultura asturiana, para dejar perfectamente claro que la cultura asturiana existe, está viva y es una realidad presente y necesaria. No obstante, dice que la lengua asturiana no es un elemento definidor de la cultura asturiana, sino que forma parte de ella junto a otros elementos. Y unas líneas después se contradice y afirma que “la llingua asturiana llenda (sic) una cultura asturiana”, para volver a contradecirse: “Pero nun sólo la llingua….” (páx. 42). Esto es algo con lo que ya no podemos estar de acuerdo por todos los ejemplos (Suiza, Latinoamérica…) que el propio autor señala primero e ignora más tarde. La lengua asturiana es uno de los pilares que sostienen la cultura asturiana, un pilar importante, pero no decisivo. Quevedo parece reconocerlo primero y pone ejemplos, pero se contradice después. ¿Hay una cultura asturiana? Sí, sin duda. Pero los elementos que la integren y cómo la definimos son cuestiones más difíciles de fijar. Quizás la precisión de lo que articula y conceptúa la cultura asturiana podría haber sido, por sí sola, objeto de estudio independiente.

A cada momento, González – Quevedo nos vuelve a regalar unos capítulos muy apropiados sobre antropología económica, antropología del mundo campesino o bien la relación entre familia y economía. Son capítulos muy básicos, que pueden ayudar al que no es versado en materias antropológicas para entrar en esta disciplina científica del conocimiento de la realidad cultural.

A partir de aquí el libro entra en harina y va analizando la cultura asturiana con menos fortuna de la deseada. Toma como referencia la familia en Asturias en cuanto “unidad de producción y consumo” (páx. 70) y realiza un buen desarrollo del concepto y comprensión de la familia asturiana como eje vertebrador. Lo malo es que, desde este punto hasta el final del libro, la obra se malogra completamente. De antemano se pone a analizar el mayorazgo, el espacio agrario y el mundo campesino, los cambios en los roles de género y edad (no entra a considerar el papel de la escuela como agente aculturador, que ha sido grandísimo), la vaca, los prados, la hierba, el cerdo, los cereales, el pan… El libro pasa de ser una obra de referencia antropológica, con todos los peros señalados, pero estimable, a parecer una revista etnográfica sin sentido ni hilo conductor (que en el caso de una revista no es necesario, o por el menos no es imprescindible).

Pero el desaguisado aumenta cuando el autor pasa de la patata, las manzanas y la sidra a la lengua asturiana… Así, sin más, sin encomendase ni a dios ni al diablo. Y después de hablar catorce páginas sobre el pan o veinte páginas sobre la familia (cosa valiosa como se ha dicho, aunque falte una referencia especial al papel de la mujer, esencial en la familia tradicional asturiana), dedica cincuenta nada menos a la lengua asturiana. No sé si se trata de una concesión al potencial público lector o simple fallo de desproporción, pero dejar algunos temas en el tintero como el reseñado o quizás un ahondamiento mayor del que hace en la estructura familiar en las cuencas mineras (un aspecto básico si se quiere entender la historia social de la minería y su paisanaje, y por tanto de Asturias en el siglo XX, y que Quevedo toca por encima), dejar algunos asuntos fuera, decía, para dedicar toda la atención a la lengua asturiana durante un buen trecho de libro, no parece muy adecuado. Y más si se afirma que el asturiano es un tesoro que no puede perderse y que esta “ye una idea que caltrió na sociedá asturiana” (páx. 313). Desafortunadamente, en la sociedad asturiana todavía falta para que cale este sentimiento con fuerza o al menos cabe dudarlo. Hacer estas afirmaciones a la luz de la opinión de unos pocos informantes es casi temerario. La valoración del asturiano en la sociedad merece un estudio propio y sosegado, hondo, serio, y en la anterior afirmación no se cita ese estudio ni ningún otro. Es decir: se parece mucho a una opinión personal más que a un juicio científico.

Y esta sensación de relatividad o subjetividad aumenta cuando el autor se mete en el ortigal de la lengua y el nacionalismo (sic). Esto ya es el “acabóse”. ¿Qué tiene que ver esto con Asturias y su antropología? Parece que, a la vista de los resultados electorales, la mayoría de la gente no es nacionalista y, aunque lo fuera, es absurdo analizar una realidad como esa tan al detalle en un libro que es una introducción a la antropología. Habría sido más bien un tema de monografía (una perspectiva antropológica del nacionalismo asturiano) o mejor de un ensayo de ciencias políticas, pero nunca de una obra que quiere tocar aspectos más relevantes de la realidad cultural asturiana. Y el nacionalismo no lo es, como reconoce el propio autor (“tien una expresión política mui llimitada y ruina”, páx. 356). Pero además, y para rematar el despropósito, a continuación González – Quevedo se pregunta sin necesidad si Asturias es una nación (páx. 357) y responde que sí “porque tien tolos rasgos propios d’una nación” y le basta con justificarlo enumerando algunos… Sin comentarios.

Pronto entramos otra vez en el torbellino de los capítulos sin hilazón, pasando de las fiestas a los mitos, de ahí a los juegos tradicionales, a los bailes, a los vaqueiros d’alzada (que deben ser también un baile tradicional, un juego o una romería por el lugar del volumen donde se estudian…) y volviendo a la magia y al patrimonio oral y mental de los asturianos, todo mezclado, sembrado por el libro sin venir a cuento. Los ritos de paso necesitarían, sólo para hacer una introducción mínimamente provechosa, cien páginas, pero el autor los solventa con doce para después dedicar ochenta páginas a la muerte y sus ritos funerarios (?). Está muy bien el análisis que hace, pero ¿era este el momento y el libro? ¿Tan importante es morir en Asturias?

Este puzzle se convierte al final en una “corta y pega” sin vuelo antropológico, para quedar en una simple colección etnográfica de curiosidades. Los capítulos no se estructuran en un sistema teórico o conforme a un posicionamiento de base, que sería en ese caso lo que habría que estudiar con atención, al margen de la mayor o menor fortuna en las apreciaciones o juicios etnográficos que se hacen y en los que no siendo expertos en varios de los tratados (en la cultura del pan, del molino, de los juegos tradicionales…) no podemos opinar. Pero lo que sí es bien visible es esa limitación teórica o sistémica que el autor no fue capaz de superar respecto de la anterior antropología de Asturias. Los temas parecen estar tomados no en función de la importancia que tienen sino en función de lo que le parece al autor que tiene más estudiado. Si se quiere hacer una obra como ésta hay que jugar con un mayor equilibrio, y este libro no lo tiene.

Pero el colmo de los despropósitos es el material bibliográfico empleado. La reflexividad bibliográfica es directamente vergonzosa y hace sonrojar al lector menos recatado: de dieciséis páginas de referencias bibliográficas, dos páginas son referencias a obras del autor del libro. Una octava parte del aparato bibliográfico corresponde a González – Quevedo. No cinco ni diez, o veinte referencias, no. Llegan a citarse más de ochenta referencias… Por hacer una comparativa: de las veintiuna páginas de bibliografía que tiene la “Antropología de Asturias”, de Adolfo García Martínez, éste dedica a su obras ¡una!. Apenas veinte referencias entre más de cuatrocientas.

Aún más: si cogemos al azar una obra cualquiera de antropología, pongamos una en la que el autor hubiera realizado una innovación teórica fundamental que hiciera necesaria esta reflexividad bibliográfica a falta de otras fuentes, por ejemplo, encontraríamos que en Archipiélago de rituales, de Rodrigo Díaz Cruz, de nueve páginas sólo hay dos referencias del autor, o en Antropología del cuerpo, de Mari Luz Esteban, de once páginas, una es de la autora, y estamos hablando de la referente básica en España en antropología del cuerpo. ¿Es que González – Quevedo es la referencia básica de la antropología asturiana? Son solo un par de libros de los que tengo más a mano, pero sirve bien para mostrar que algo no funciona en este corpus bibliográfico.

En síntesis, este libro resulta una oportunidad desaprovechada. El carácter divulgativo que tienen los capítulos de modo independiente no puede ser excusa para perder rigor científico en el conjunto. Los libros de Marvin Harris, por señalar un autor ya citado, son didácticos pero ponderados y rigurosos, se esté o no de acuerdo con sus tesis. Tomando cada capítulo por separado, el pulso narrativo de González – Quevedo es indudable y hay que enaltecerlo. Pese a la larga lista de erratas del texto (que no es imputable al autor sino a la editorial), el libro se lee con gusto. Aunque sea, o pretenda ser, una obra divulgativa, debe poner más cuidado en los aspectos señalados. Y si quiere ser obra científica y no divulgativa, como indican las citas y el tono, todo lo anterior hay que cuidarlo todavía más.

Una obra tan ambiciosa como una antropología de Asturias siempre merece una lectura atenta y crítica, como decía al principio del artículo: analizar bien cada capítulo y cada desarrollo expositivo, la bibliografía manejada…, porque obras así son necesarias para Asturias y para el conocimiento del patrimonio cultural asturiano. En “La cultura asturiana…” existe una voluntad de hacer una construcción teórica. El gran fallo de la obra anterior era ése precisamente: la separación en capítulos casi independientes sin conexión, y en la nueva obra no se ha remediado esta deficiencia. El principal logro de la “Antropología de Asturias”, de Adolfo García Martínez, se asentaba quizás en que el antropólogo asturiano propone un sistema de análisis que aplica a la sociedad tradicional asturiana pero que puede utilizarse también en otros ámbitos espaciales de estudio. García Martínez levanta una estructura, un modelo alrededor de la casa (eje espacial de la sociedad estudiada como unidad de producción, reproducción y consumo), la comunidad (y las relaciones de reciprocidad de diverso signo que se establecen con la casa) y la sociedad otra (marco de referencia para la construcción de la propia identidad). En la obra de González – Quevedo no se da esta construcción teórica, y es una lástima porque sólo tenemos dos obras que ilustren la antropología de Asturias y cuanto más cuidado pongamos en escribir libros y artículos rigurosos mayor será la estimación que se tendrá a nuestro trabajo y a nuestro patrimonio. Y más si se hace en asturiano, por ese plus de exigencia al que parece que estamos obligados al escribir en nuestra lengua.